Javier Milei, el libertario que habla con los muertos y que ganó más que una elección

El diputado fue a su primera contienda electoral con un activo único: marcó el pulso del debate y cambió la agenda. El costado esotérico que le puede jugar en contra.

Javier Milei va a ganar. Él está convencido. Dice que fue el mismísimo Dios, una de las presencias sobrenaturales con las que empezó a interactuar luego de la muerte de su perro/ hijo Conan en el 2017 -momento que marcó el inicio de su viaje místico-, el que se lo dijo: que está destinado a una “misión”, salvar a la Argentina del “maligno”. Con esa poderosa convicción enfrenta su primer desafío electoral, como si fuera apenas un paso más de una historia que ya fue escrita desde los cielos.

Pero, aunque suene extraño, Milei tiene razón. Probar que el diputado efectivamente es el elegido del “número uno”, como lo llama él, excede al trabajo de esta nota -en “El Loco”, el libro que acaba de publicar editorial Planeta se pueden encontrar más revelaciones-, pero en el otro punto el economista da en la tecla. Va a ganar porque, en verdad, ya ganó. Vamos a los hechos.

La Libertad Avanza, su espacio, tiene apenas dos años de vida. Nació como un proyecto novedoso y afuera de la lógica de la grieta que nuclea a liberales, libertarios, conservadores, pañuelos celestes, nacionalistas duros, e influencers, una alianza variopinta que supo interpretar muy bien el clima de época.

A la cabeza quedó Milei
Él es una figura extravagante y con pasado de economista mediático, con ideas que suenan a nuevas que, combinadas con la dosis justa de insultos y gritos y el particular toque de su pelo largo, lo habían transformado ya desde antes de su salto a la política en un personaje prácticamente irresistible. Su nombre en la televisión da rating y en las redes da clicks, una combinación ideal para la era del recorte de videos en WhatsApp, Twitter, e Instagram (es el político argentino con más seguidores, por arriba de Cristina Kirchner y Mauricio Macri). Si Brasil tuvo a Bolsonaro y Estados Unidos a Trump, muchos vieron o quisieron ver a Milei como la encarnación argentina de estos.

La combinación de Milei y La Libertad Avanza, sumadas a los índices de inflación y a la debacle del Frente de Todos que sucedió luego de la debacle del macrismo, produjeron algo totalmente fuera de registro. Un espacio de seis meses de edad, cuyo líder no había participado ni siquiera en una elección universitaria, con un amplio porcentaje de militantes sin ninguna experiencia política, sacó 17% de los votos en las legislativas del 2021. Y sucedió en el corazón del país, en el lugar de donde salieron los últimos dos presidentes. La Libertad Avanza consiguió dos bancas en la Cámara de Diputados de la Nación, cinco en la Legislatura porteña, una en la legislatura de La Rioja, más otra que conseguirían al año siguiente en Tierra del Fuego.

Pero también lograron algo más intangible pero más importante. Pusieron en jaque el equilibrio de fuerzas entre el kirchnerismo y el macrismo, la postal inalterable de la política argentina desde 2007 hasta hoy. Milei se convirtió en el fantasma que amenazó el rentable juego de la grieta y, con la sutileza de una trompada en la mandíbula, corrió el eje de cualquier discusión. La privatización de todas las empresas públicas, la dolarización de la economía argentina, la guerra declarada contra el progresismo, el feminismo y la “ideología de género”, la destrucción del Banco Central, la eliminación total de la obra pública, la libre portación de armas, la abolición del salario mínimo, la negación de los treinta mil desaparecidos y la defensa a ultranza de la libertad de mercado y de la “libertad” en general pasaron a ser, gracias a él, elenco estable de las ideas de la política.

Milei transformó temas tabú en placas de televisión, títulos de medios y aplausos en las redes sociales con tanta facilidad y tanto éxito que obligó a todos a prestarle atención a su fórmula casi mágica. El recién llegado pasó de alumno a maestro en cuestión de semanas, e hizo algo más: avisó que había una “batalla cultural”, una guerra invisible por el sentido común de los ciudadanos, en el suelo argentino. Y que era él quien la estaba ganando.